El peor enemigo de uno, es uno mismo,
paradójicamente. La lucha interna es mejor librarla en la sublime soledad, lejos
de la trágica sociedad, de la hipócrita moral, de las rejas del sol en un
colchón de nubes.
El temblor de los pensamientos, la vejez en las
manos, el invierno en la frente, momentos de batallas en medio de cuatro
paredes, que abrazados a las almohadas desveladas, por momentos humedecidas de
sudor, construyen el desafío a la muerte en medio de la sublime soledad.
Soltar cabos de sueños (por propia voluntad)
debajo del cielo, con el rostro en el suelo, morder el polvo de gala por las
noches, cuestiones personales, a veces no pueden con ellas la sublime soledad.
Desde un ayer, abrazo Cerati, desde el mismo
andén por donde se desveló el tren.